No soy “un robot con sentimientos programados”. Al tener un dispositivo cibernético en mi organismo para hacer funcionar una parte orgánica vital, podría decirse que soy un ciborg. Hace más de diez años tuve un infarto que hizo que tuvieran que insertar un marcapasos para que pudiera seguir viviendo.
Un pequeño aparatito que mide aproximadamente lo de una moneda de 10 pesos pero que cuesta muchísimo más, y lo que hace para mi evidentemente no tiene precio. Técnicamente es mi motor. Es lo que mantiene en marcha ni más ni menos que a mi corazón. Ese que late fuerte por mis amores. Estoy experimentando el futuro que de niño veía en películas y en series de TV.
Ahora soy ese hombre-máquina, gracias a los avances tecnológicos, pero lejos de deshumanizarme creo que me ha vuelto más sensible. Nada calculador, aún soy nada bueno con los números, tampoco más fuerte ni veloz, tal vez más aguantador. Sigo utilizando lentes pero siento que tengo una mejor visión de las cosas y eso sí, escucho mejor, o más bien mejor escucho.
El cuerpo es una máquina perfecta, habrá que cuidarla mucho, mantenerla en la mejor forma posible para disfrutar la vida realmente y transformarnos en máquinas de sueños y charlas para compartir y alcanzar amistades a la distancia, un generador de abrazos cálidos para confortar y un despertador para cada una de las mil y una noches. Ese es un buen propósito para programarme y trabajar en ello, porque siento que tengo pila para rato.
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