Para muchas familias latinas, la Navidad no está completa sin el aroma cálido de tamales recién hechos flotando en la casa. Y esa tradición —más que una costumbre culinaria— es una conexión viva con un pasado ancestral, un acto de comunidad y un puente hacia nuestras raíces.
¿Qué significan los tamales en Navidad?
Los tamales tienen un origen que se remonta a las civilizaciones precolombinas de Mesoamérica. Antes de la llegada de los europeos, ya existía una tradición de preparar masa de maíz —considerada sagrada—, envolverla en hojas y cocinarla al vapor o enterrada en brasas. Esa preparación servía no solo para alimentarse, sino también como ofrenda o sustento para viajes, ceremonias, y rituales.
Con la conquista y la mezcla de culturas, los tamales evolucionaron. Los ingredientes se transformaron: comenzaron a usarse carnes como cerdo, especias nuevas, y rellenos variados —hoy en día las versiones saladas, de mole, manteca, queso o vegetales son las más comunes; aunque también existen tamales dulces.
Pero más allá del sabor, la esencia del tamal está en su poder para unir. Hacer tamales ya no es sólo cocinar: es reunirse en familia, dedicar horas de preparación, compartir recuerdos y transmitir historias. Esa reunión colectiva —lo que en muchos hogares llaman “tamalada” — representa comunidad, identidad y herencia. En Navidad, la tamalada es una reafirmación de la cultura, una forma de celebrar no solo la temporada, sino quiénes somos.
Para muchos mexico‑americanos, esa tradición cobra un valor especial: los tamales en Navidad significan mantener viva la identidad, resistir la distancia cultural y crear un puente entre generaciones, entre el presente y el pasado mesoamericano.
Así, cada tamal —envoltura de masa, sabor y memoria— es más que un platillo: es un símbolo de pertenencia, de historia compartida y de amor transmitido de mano en mano, generación tras generación.
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