Nueva Zelanda, un país conocido por su extraordinaria biodiversidad y por su esfuerzo constante por proteger a sus especies endémicas, muchas de ellas vulnerables ante depredadores introducidos por el ser humano. Como parte de una ambiciosa estrategia para restaurar el equilibrio ecológico, el gobierno anunció recientemente una actualización a su plan “Libre de Depredadores 2050”, pero la noticia desató controversia global al incluir a un nuevo enemigo: el gato feral.
¿Los gatos se han convertido en una amenaza para la fauna?
De acuerdo con las autoridades de conservación, los gatos ferales se han convertido en uno de los depredadores más peligrosos y destructivos del país. Funcionarios describen a estos animales como “fríos y calculadores”, responsables de la disminución de aves nativas, lagartos, insectos e incluso pequeños mamíferos. La nación oceánica también enfrenta problemas de toxoplasmosis, una enfermedad propagada por estos gatos y que afecta a fauna, personas e incluso al ganado.
El ministro de Conservación, Tama Potaka, explicó que esta medida busca brindar una protección más fuerte para la vida silvestre, además de ofrecer mejores herramientas a comunidades afectadas y reducir pérdidas económicas en zonas rurales. “La gente quiere ver playas, reservas y senderos llenos de aves, no de depredadores”, señaló.
Existe una excepción a la regla
Uno de los puntos más debatidos fue la diferencia entre gatos ferales y mascotas. El gobierno aseguró que los gatos domésticos NO serán afectados, siempre que cuenten con dueños responsables. Es decir, aquellos que estén esterilizados, tengan microchip y permanezcan alejados de áreas naturales. “Los gatos domésticos no forman parte de esta política pública”, reiteró Potaka, intentando calmar la indignación de asociaciones protectoras de animales.
Sin embargo, el funcionario no detalló el método que usarán para controlar o eliminar la población de gatos ferales, un aspecto que ha generado inquietudes éticas y operativas. Grupos ambientalistas apoyan la medida, argumentando que es necesaria para evitar más extinciones, mientras que defensores de animales exigen soluciones más humanas.
El debate continúa, pero lo cierto es que la decisión marca un nuevo y polémico capítulo en la lucha de Nueva Zelanda por salvar su biodiversidad.
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