Cuando falla la computadora, por ejemplo, lo que se nos viene a la mente en ese instante seguramente sería preguntar: ¿estará bien puesto el enchufe?...
¡NO! eso sería muy simple. Mejor hay que sugerir revisar el disco duro, cambiar el sistema operativo, traer un técnico allende las fronteras o consultar soporte técnico.
Creemos que cualquier planteamiento que parezca mejor pensado nos librará de la vergüenza de revisar si el aparato está bien conectado.
Y como para adornarse con la complicación, uno nunca está solo, seguramente nuestro acompañante practicará también, el complejo arte de perjudicar la sencillez pues comulga con aquello de “para qué hacer las cosas fáciles si se pueden hacer difíciles” y con su “ayuda”, después de buen rato de darle vuelta al asunto sin resolver nada, nomás por no dejar, y sin que nadie nos vea, acomodamos el enchufe y ...¡Zaz! funciona.
¿Por qué será tan fácil complicarlo todo?, ¿será que lo sencillo, por ser simple carece de valor?, o ¿lo complicado es “glamoroso” y sinónimo de un laborioso y entretenido método de hacer bien las cosas?
Posiblemente me estoy complicando la existencia con algo tan simple. Mejor aquí le paro, que todo esto se puede complicar más de lo que pensé.